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¿Quién sabía que usted iba á alojarse en el Northumberland Hotel? — preguntó Holmes, clavando los ojos en sir Enrique Baskerville.

—Nadie podía haberlo sabido. Esto sólo se resolvió ayer, cuando nos vimos con el doctor Mortimer.

— —Pero el doctor Mortimer ya estaba parando, allí, sin duda...

—No; yo me alojaba en casa de un amigo—dijo el doctor.—Antes que entráramos en el hotel era absolutamente imposible que alguien supiera que fbamos á alojarnos allí.

— Hum!... Parece que hay quien está profun—.damente interesado en seguir á ustedes los pasos:

—dijo Holmes.

Y tomando el sobre sacó de él una media carilla de papel de oficio, plegada en cuatro. La abrió y la asentó sobre la mesa. En el centro aparecía una sola frase, y para escribirla se había recurrido al expediente de pegar, unas tras otras, palabras recortadas de algún impreso. La frase era ésta: «Si aprecia en algo su vida ó su razón no vaya al páramo. La palabra «páramo» era la única manus.

Icrita.

Ahora bien—dijo sir. Enrique Baskerville ;—tal vez usted pueda decirme, señor Holmes, qué demonios significa esto, y quién es el que se toma tanto interés por mí.

Qué piensa usted al respecto, doctor Mortimer? Tiene usted que empezar por confesar que en esto no hay, de ningún modo, nada de sobrenatural.

—Así es, señor. Pero muy bien puede haber salido de alguien que esté convencido de que lo que Bucedió fué sobrenatural.