cuando apare el doctor Mortimer, seguido por el baronet. Late era un joven como de treinta años, delgado, ágil, de complexión muy robusta, ojos negros, cejas gruesas, también negras, y facciones duras agresivas. Vestía un traje de lanilla, de tinte rojizo, y tenía la tez curtida del que ha pasado la mayor parte de su vida al aire libre; pero había algo en la fijeza de su mirada y en la tranquila firmeza de su porte, que denunciaba al caballero.
—Este es sir Enrique Baskerville—dijo el doctor Mortimer.
+ —Efectivamente—dijo el presentado;—y lo curioso del caso, señor Sherlock Holmes, es que si mi amigo no me hubiera propuesto venir á ver á usted, yo lo habría hecho por propia iniciativa.
Tengo entendido que usted sabe descifrar pequeños enigmas, y yo he recibido uno esta mañana que exige más cavilaciones de las que caben en mi cabeza.
Sirvase tomar asiento, sir Enrique. ¿Debo deducir de sus palabras que le ha sucedido á usted alguna cosa extraordinaria después de su llegada á Londres?
—Nada que sea importante, señor Holmes. Sólo se trata de una broma, que tal vez no sea broma. Es esta carta, si se puede llamar carta á esto que ha llegado á mis manos esta mañana.
El baronet puso un sobre encima de la mesa, y todos nos acercamos á verlo. Era un sobre común, de color agrisado. La dirección: «Sir Enrique Baskerville, Northumberland Hotel», estaba esca con letra muy tosca; el sello postal decía: «Charing Cross» y tenía la fecha y la hora de la noche anterior.
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