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do si viene usted á verme aquí; y facilitará mis planes para más adelante el que traiga usted consigo á sir Enrique Baskerville.

—Así lo haré, señor Holmes.

El doctor Mortimer borroneó la cita en el puño de su camisa y se apresuró á salir, andando de la manera singular, inquisitiva y distraída, que le era propia. Al llegar al descanso de la escalera la voz de Holmes le detuvo:

Una pregunta nada más, doctor Mortimer.

¿Ha dicho usted que fueron varios los que vieron aquella aparición en el páramo, antes de la muerte de su amigo?

—Tres personas la vieron.

—Y después la ha visto alguien?

—No he oído decir nada.

—Muchas gracias. Hasta mañana.

Holmes volvió á su asiento con una expresión tranquila de intima satisfacción, que hacía ver que le era simpático el caso que tenía por delante.

—Se va, Watson?

—A menos que pueda servirle de algo.

—No, mi querido amigo; en el momento de obrar es cuando recurro á su ayuda. Pero el caso este es espléndido, realmente único desde algunos puntos de vista. Cuando pase por casa de Bradley, ¿quiere pedir que me manden una libra de tabaco picadura, del más fuerte que tengan? Gracias, desde luego. Sería también bueno que considerase usted conveniente no volver por aquí hasta la noche. Entonces tendré mucho gusto en que comparemos nuestras impresiones sobre este problema tan interesante que se nos acaba de exponer.

Bien sabía yo que la reclusión y la soledad eran muy necesarias á mi amigo en aquellas horas de