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—¡Ah! [esto es muy interesante ! Otro punto. ¿Estaba cerrada la barrera del portillo?

—Cerrada y con candado.

—¿Qué altura tiene la barrera?

—Unos cuatro pies.

—De modo que alguien podría haber pasado por encima?

—81.

—¿Y qué huellas vió usted junto á la barrera?

—Ninguna en particular.

—¡Santo Dios! ¿Nadie examinó aquel sitio?

—Si; yo mismo lo examiné.

—¿Y no descubrió nada?

—Todo estaba muy confuso. Pero era evidente que sir Carlos se había detenido allí unos cinco ó diez minutos.

—¿Cómo lo sabe?

—Porque la ceniza del cigarro se había desprendido dos veces.

—¡Magnífico! Amigo Watson, éste sí que es un colega nuestro á pedir de boca. Pero y las huellas en el suelo?

—No había más que las de sir Carlos en todo aquel pequeño parche de terreno arenoso. No pude descubrir otras.

Sherlok Holmes hizo un gesto de impaciencia y se dió una palmada en la rodilla.

—¡Si hubiera estado yo allí!—exclamó.—Este es á todas luces un caso de extraordinario interés que hubiera ofrecido oportunidades inmensas á un especialista científico. Aquella página de arena, en la cual tanto habría podido leer yo, hace ya mucho tiempo que habrá sido borroneada por la lluvia y raspada por los zuecos de los campesinos curiosos.

¡Oh, doctor Mortimer, doctor Mortimer! ¡Pensar