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—¿Cómo estaba la noche?

—Húmeda y muy fría.

—¿Pero no llovía?

—No.

—¿Cómo es la alameda?

—Hay dos hileras de añosos tejos que forman cercas impenetrables, de doce pies de alto. El camino entre ambas cercas tiene unos ocho pies de anchura.

—¿Hay algo entre las cercas y el camino?

—Sí; á cada lado hay una faja de césped como de seis pies de ancho.

—¿Ha dicho usted que una de estas cercas está interrumpida en un punto, por un portillo?

—Sí; por el portillo que da salida al páramo.

—¿Hay alguna otra abertura en toda la ala1 meda?

—Ninguna.

——De modo que para entrar en ella hay que salir de la casa, ó pasar por el portillo que da al páramo?

—Tiene otra comunicación, es cierto... en el extremo opuesto á la casa, á través de una glorieta del parque.

—¿Y había llegado sir Carlos á esta salida?

—No; había caído como á cincuenta yardas de ella.

—Bueno. Dígame ahora, doctor Mortimer; las huellas que usted vió ¿estaban en el camino ó en la faja de césped?

—No habrían podido verse huellas en el césped.

—¿Y aparecían del lado de la cerca donde está el portillo, ó del otro lado?

—Estaban junto al césped, del lado del portillo.