grandes piedras (que pueden verse allí todavía) de aquellas que ciertos pueblos ya olvidados erigian en los antiguos tiempos. La luna iluminaba brillantemente este espacio descubierto, y en el centro de él estaba tendida la infeliz doncella, en el sitio donde había caído muerta de terror y de fatiga.
»Pero no fué este cadáver, ni tampoco el de Hugo Baskerville que yacía también al lado, lo que les puso los pelos de punta á aquellos tres desalmados matachines; sino el ver que, echado sobre Hugo, y prendido con sus colmillos á lá garganta de éste, había allí un ser horrendo, una bestia enorme, negra, con las formas de un sabueso, pero de un sabueso tan gigantesco como no han visto nunca igual ojos mortales. Y, mienstras ellos estaban allí mirando, el monstruo desstrozó de una dentellada el cuello de Hugo Baskerville; al ver lo cual, y como el animal volviera entonces la cabeza mostrándoles sus ojos fulgurantes y sus quijadas chorreando sangre, los tres lanzaron un alarido de terror, y espoleando á sus caballos, salieron como alma que lleva el diablo, gritando en todo el trayecto hasta que llegaron al Hall. Dice la tradición que uno de ellos murió aquella misma noche (á causa de lo que había visto) y que los otros dos fueron hombres inútiles para todo el resto de su vida.
»Esta es la historia, hijos míos, de la aparición del Sabueso que (según dicen) ha torturado tan cruelmente á nuestra familia desde entonces. Si me he decidido á escribirla es porque lo que se conoce claramente causa siempre menos terror que aquello que, por haber sido apenas insinuado, hay que conjeturar. No es posible negar el