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»tablar una acusación contra el verdadero asesino.

»El único cómplice de éste era uno que no podría »delatarlo nunca, y la naturaleza grotesca, incon»cebible, de la estratagema había servido para shacerla más eficaz todavía. Las dos mujeres com»plicadas en el caso, la señorn Stapleton y la se»ñora Laura Lyons, sintieron las más vivas sos»pechas contra Stapleton. La señora de éste sa»bía que su marido tenía intenciones perversas »respecto al anciano, y conocla también la existen»cia del sabueso. La señora Lyons no sabía nin»guna de estas cosas, pero le había extrañado el »hecho de que la muerte del anciano hubiera ocu»rrido exactamente a la hora y en el sitio indicados »en una cita que sólo conocieran olla, air Carlos y »Stapleton. Pero las dos mujeres estaban siempre »bajo el dominio moral de Stapleton, y éste no »tenía nada que temer de ellas. Había realizado, »pues, con el mejor éxito, la primera parte de su »tarea; pero faltaba la más difícil, »Es probable que Stapleton no haya conocido »en aquellas circunstancias la existencia de un »heredero en el Canadá. En todo enso, muy pron»to habrá llegado á saberlo porque su amigo el »doctor Mortimer, le contó todos los detalles rela»tivos á la próxima llegada de sir Enrique Basker»ville. La primera idea de Stapleton entonces fué »que el joven forastero podía ser muerto tal vez »en Londres, sin que bajara para nada á Devons»hire. Como desconfiaba de su mujer, desde el día »que ésta se había negado á ayudarlo tendiendo un »lazo á sir Carlos, no se atrevió a dejarla sola, de »miedo de perder la influencia que tenía sobre ella.

»Por esta razón la llevó con él á Londres. Se alg»jó en el hotel particular de Mexborogh, en la calle