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»de su partida á Londres. Después, valiéndose de Hallo especioso, impidió que la señora fuera á la cita, y de esta manera tuvo la que había estado esperando.

»Volvió aquella noche de Coombe Tracey con »tiempo suficiente para ir á buscar á su sabueso, »para administrarle su unto diabólico, y para lle »varlo junto al portillo donde sir Carlos habría de »estar esperando. El perro, excitado por su due »ño, saltó por encima de la barrera y persiguió al »>infeliz anciano, que, dando gritos, huyó por la »alameda. Habría sido, en verdad, un espectáculo >terrible ver en el túnel sombrío á aquel enorme »animal negro, con sus quijadas llameantes y sus »ojos como ascuas, corriendo á grandes saltos de»trás de su víctima. El anciano, aterrorizado, cayó »muerto en el extremo de la alameda, de un ata»que al corazón. El sabueso había seguido por la »franja de césped mientras sir Carlos corría por »el camino; por cuya razón no hubo en éste más »rastro visible que el de la víctima. Al verla en »tierra é inmóvil, el animal se acercó, probable»mente á husmearla, y encontrándola exánime se »volvió. Entonces fué cuando dejó en el camino »las huellas observadas por el doctor Mortimer.

»Stapleton llamó al perro y se apresuró á llevarlo »á su cubil en la Gran Ciénaga. Y de este modo »surgió aquel misterio que intrigó á las autorida»des, alarmó á toda la comarca, y, por último, »trajo el caso dentro del radio de nuestras obser»vaciones.

E »Basta con esto por lo que se refiere á la muerte »de sir Carlos Baskerville. Advierta usted toda la »diabólica astucia de este crimen, porque en rea»>lidad hubiera sido poco menos que imposible en-