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Vale bien un baño de fango—dijo Holmes.

Es el botín perdido del baronet.

—Arrojado aquí por Stapleton en su fuga.

—Exactamente. El hombre lo retuvo en la mano después de haberse servido de él para poner al sabueso sobre el rastro de nuestro amigo; y, aferrándolo siempre, huyó cuando conoció que se le había descubierto el juego, y se desprendió de él á esta altura de su fuga. Ahora sabemos que ha llegado sano y salvo hasta aquí, por lo menos.

Estábamos condenados, sin embargo, á no saber nada más de él, fuera de esto; aunque, en cambio, podíamos conjeturar mucho. Era absolutamente imposible descubrir pisadas en la Gran Ciénaga, porque el lodo que éstas levantaban se desleía rápidamente sobre la huella; pero cuando al fin llegamos á terreno más firme, del otro lado del tembladal, todos nos pusimos á buscar ansiona mente algún rastro.

Ni la más ligera huella se presentó entonces A nuestros ojos. Si la tierra contaba en aquel mmento una historia verdadera, entonces Stapleten no había logrado llegar nunca á la playa de a vación hacia la cual había bregado aquella ne á través de la niebla. En algún sitio del un mismo de la Gran Ciénaga de Grimpen, debaju del limo inmundo del vasto tembladal que le lin bía absorbido, yacía sepultado para siempre aquel hombre tan perverso.

Muchas huellas suyas encontramos, an camino, en el islote rodeado de cieno donde había tenilo oculto á su feroz aliado. Una enorme rueda motriz y un socavón medio destruido indionban el asiento de una mina abandonada. Junto á ésta de veían las ruinas desmoronantes de las casuchas de Vagy