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st tenía los brazos completamente llenos de cardenales.

—Pero esto no es nada... nada dijo.— El pensamiento el alma es lo que me ha torturado y corrompido! Estaba dispuesta á sufrirlo todo... el mal trato, la soledad, una vida de eterno desengaño... todo, todo, con tal que pudiera asirme á la esperanza de que me amaba, pero ahora ya sé que en esto también me ha engañado... ya sé que no he sido para él más que un instrumento.

Y la infeliz estalló en vehementes sollozos.

—Usted no debe guardar más consideraciones á su esposo—le dijo Holmes.—Díganos, pues, dónde podemos encontrarlo. Si usted lo ha ayudado á él alguna vez en sus maldades, ayúdenos ahora á nosotros, y habrá expiado así su culpa.

—Sólo puede haber huído á un sitio dijo ella; á una mina de estaño abandonada, en un islote que está en el centro de la Ciénaga. Allá era donde escondía su perro, y allá también habla hecho sus preparativos para poder contar con un refugio. Allá es donde debe estar ahora.

El banco de niebla cubría como una cortina de lana blanca la ventana. Holmen acercó á ésta la lámpara.

Vean—dijo.—Nadie podría mino á la Gran Ciénaga esta nocheencontrar el caLa señora Stapleton se cchó á reir bruscamente, batiendo palmas. Sus ojos y sus dientes brillaban de alegría, de júbilo feroz.

—El podrá encontrar el camino que lo lleve al fondo de la Ciénaga, pero no por er encima de ellaexclamó. Cómo va á poder ver en una noche así las varillas del sendero? Las plantamos juntos, los dos, para marcar el camino a través de la Cié-