dos que aquella misma noche «daría su alma al diablo con tal que pudiera alcanzar á la mozuela». Y mientras los comensales se quedaban pasmados ante la furia de aquel hombre, uno, más perverso (ó más borracho tal vez) que los demás, dijo á gritos que había que echar á los sabuesos detrás de ella. Al oir lo cual, Hugo salió corrien»do de la casa, gritando á sus caballerizos que le ensillaran la yegua y soltaran la jauría: y enton»ces, presentando á los sabuesos una pañoleta de la doncella, los puso sobre la pista, y él y toda la cuadrilla se precipitaron al páramo, iluminado por la luna.
»Ahora bien; por un tiempo, los depravados comensales se quedaron boquiabiertos, sin poder darse cuenta exacta de todo lo que había pasado en tan pocos momentos. Pero, en seguida, sus extraviados cerebros comprendieron la naturaleza de la escena que probablemente iba á desarrollarse en el páramo. En un instante, aquello se trans»formó en un tumulto; unos reclamaban sus pistolas, otros sus caballos, y otros un frasco de vino. Pero, al fin, sus enloquecidos cerebros reco»braron un poco de cordura, y todos ellos (en número de trece), saltaron á caballo y se lanzaron también al páramo. La luna brillaba clara arri»ba de sus cabezas, mientras corrían, en línea, siguiendo la dirección que tenía que haber tomado necesariamente la doncella, si se había propuesto llegar á su casa.
»Habrían hecho unas cuantas millas, cuando pasaron por junto á uno de los pastores nocturnos del páramo. Lo llamaron á gritos para preguntarle si había visto á Hugo y á sus sabuesos. Y (según cuenta la tradición) el hombre estaba tan