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El ha venido siguiendo al sabueso, para llamarlo... de esto no tenga usted duda. No, no; á estas horas ya habrá huído. Pero vamos á registrar la casa para estar segurosww La puerta principal se hallaba abierta; de modo que hicimos irrupción en la casa, y nos y nos precipitamos de pieza en pieza con gran estupefacción de un viejo criado tembleque que encontramos en el pasaje. No había luz más que en el comedor; Holmes sacó de allt la lámpara, y no quedó un solo rincón de la casa por registrar. Pero no pudimos descubrir señal alguna del hombro. En el piso alto, sin embargo, uno de los dormitorios estaba cerrado.

¡Aquí adentro hay alguien 1—gritó Lestrade.

—Oigo un ruido! ¡Abran la puerta !

Se oyó dentro de la pieza un gruñido y un roce muy débil. Holmes asestó con la planta del pie un golpe contra el tablero, justamente arriba de la cerradura, y la puerta se abrió. Revólver en mano, los tres nos precipitamos dentro de la pieza.

Pero allí tampoco había señales del terrible y provocador bandido que buscábamos. En cambio, nos encontramos con un espectáculo tan extraño y tan inesperado, que por un momento nos quedamos mirándolo estupefactos.

La pieza había sido arreglada para un museo en pequeño, y las paredes estaban cubiertas de una multitud de cajas con tapas de cristal, destinadas á guardar aquella colección de mariposas cuya formación había sido el pasatiempo favorito de este hombre tan complejo y peligroso. En el centro del aposento había una viga perpendicular, colocada allí en alguna ocasión para que sirviera de pun-