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L 229 ver. Y lanzando un aullido de agonía y tirando al aire un zarpazo inútil, el gigantesco animal cayó de espaldas, agitando furiosamente sus cuatro remos hasta que se echó flojamente de agaché, jadeando, y puse en su llameante, horrible, el cañón de mi revólver; pero no tuve que soltar el gatillo. El animal había muertocabado. Me Sir Enrique yacía insensible donde había caído. Le arrancamos el cuello de la camisa, y Holmes balbució una acción de gracias, cuando vimos que no tenía señales de herida alguna, y que el auxilio había llegado á tiempo. Los párpados de nuestro amigo se estremecieron ya é hizo un débil esfuerzo para moverse. Lestrade le introdujo en la boca su frasco de aguardiente, y dos ojos espantados se clavaron en nosotros.

¡Dios mío!—murmuró.—¿Qué era eso? ¿Qué era eso, en nombre del cielo?

Sea lo que fuere, ya está muerto dijo Hol—mes. Hemos volteado al fantasma de los Baskerville para toda la eternidad.

Aun cuando sólo se hubiera tenido en cuenta su tamaño y su fuerza, era terrible el animal que yacía á nuestros pies. No era un dogo puro, ni tampoco un mastin puro; pero parecía ser una combinación de ambos... flaco, salvaje, y tan grande como una leona joven. En aquel momento todavía, á pesar del aniquilamiento de la muerte, sus enormes quijadas parecían estar goteando una luz azulada, y sus ojillos hundidos y crueles tenían un círculo luminoso. Puse la mano sobre el hocico fulgurante, y al levantarla, mis dedos ardieron y brillaron en la obscuridad.

— Fósforo !—exclamé.

—Sí; una ingeniosa preparación de ese simple-