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grana lla baja, pero gruesa y bien definida. La luz de la luna cala sobre ella y le daba el aspecto de un ventisquero reluciente, en cuya superficie descansaran las cimas de los picachos y de las colinas distantes. Holmes había vuelto la cara hacia ella, y gruñía impacientemente al observar su pausado movimiento.

—Viene hacia nosotros, Watson.

Importa algo eso?

—Muchisimo. En realidad, esto sería la única cosa en el mundo que podría desbaratar mis planes. Pero el baronet no ha de tardar mucho ahora. Ya son las diez. Nuestro buen éxito, y la misma vida de él, pueden depender de que salga antes de que la niebla esté sobre el camino.

La noche era clara y hermosa sobre nuestras cabezas. Las estrellas brillaban frías y radiantes, mientras la luna, en cuarto creciente, bañaba toda la escena con una luz suave é incierta.

Delante de nosotros se alzaba la masa obscura de la casa, con su techo crestado y sus chimeneas erizadas, que se destacaban rigidamente sobre el cielo sembrado de lentejuelas de plata. Anchas ba rras de luz dorada salfan de las ventanas bajas, extendiéndose sobre la huerta y el páramo. Una de estas ventanas se cerró de pronto. Los sirvientes se retiraban de la cocina. Sólo quedaba la luz del comedor, donde los dos hombres, el pérfido dueño de casa y su desprevenido huésped, continuaban charlando y fumando sus cigarros.

Minuto tras minuto, aquella frazada blanca, lanuda, que cubría la mitad del páramo, iba acercándose á nosotros. Ya los primeros hacecillos de la niebla empezaban á rizarse sobre el cuadrángulo de la ventana iluminada. La pared trasera El Sabueso.—15