pobre, dispondría hasta del último penique para remover los obstáculos que nos separaban.
—El hombre parece ser de un carácter muy íntegro. Y luego, ¿no supo usted nada hasta que leyó en el diario la noticia de la muerte de sir Carlos?
—Nada.
—¿Y le hizo jurar él el más absoluto secreto sobre su cita con el anciano?
—Me lo hizo jurar. Me dijo que la muerte de sir Carlos era muy misteriosa, y que se sospecharía de mí, seguramente, si salían á luz los hechos.
Me asustó para que guardara silencio.
—Justamente. Pero usted tenía sus sospechas...
La dama titubeó y bajó los ojos.
—Yo lo conocía bien—dijo.Pero, si él hubiera sido leal conmigo, yo habría procedido siempre, respecto á él, como lo hice entonces.
—Creo que, en resumen, usted ha hecho una buena escapada—dijo Holmes.—Usted lo ha tenido á él en su poder, y él lo sabía, y, sin embargo, usted está viva. Durante algunos meses ha estado usted andando muy cerca del borde de un precipicio. Bueno. Ahora no tenemos más que hacer que desearle á usted un buen día, señora Lyons, y decirle que es probable que muy pronto vuelva á tener noticias nuestras.
—Nuestra causa se redondea, y las dificultades van reduciéndose unas tras otras, delante de nosotros—dijo Holmes cuando estábamos de vuelta en la estación y esperábamos la llegada del expreso de Londres.—Pronto estaré en condiciones de poder condensar en un todo único y coherente uno de los crímenes más singulares y sensacionales de estos tiempos. Los estudiosos de criminología han