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con el semblante estirado, rígido, de una mujer desesperada.

—Señor Holmes—dijo; este hombre había prometido casarse conmigo si yo conseguía divorciarme de mi marido. Me ha mentido, el infame, de una manera increíble. Nunca, en resumen, me ha dicho una sola palabra de verdad. ¿Y por qué?

¿por qué?... Yo creía que todo era para bien mío.

Pero ahora veo que nunca fuí más que un instrumento en sus manos. ¿Por qué habría de ser yo leal con él, si él nunca fué leal conmigo? ¿Por qué habría de procurar salvarlo de las consecuencias de sus maldades? Pregúnteme usted lo que quiera, que no hay nada que tenga que ocultar.

Una cosa le juro; y es que, cuando escribí la carta, no pensé de ningún modo en hacer el menor daño al anciano caballero, que era mi mejor amigo.

—Lo creo absolutamente, señora—dijo Holmes.

—El relato de estos sucesos debe serle á usted muy penoso, y quizá será más fácil que le cuente yo lo que ocurrió, y que usted me corrija si cometo algún error de hecho. El envío de la carta le fué sugerido á usted por Stapleton.

—El mismo me la dictó.

—Supongo que la razón que le dió para esto fué la de que usted obtendría la ayuda de sir Car los para los gastos judiciales que exigiría su demanda de divorcio.

—Exactamente.

—Y después, cuando usted hubo enviado la carta, él la disuadió de concurrir á la cita, —Me dijo que había considerado que ofendería su dignidad el hecho de que otro hombre diera dis nero para un objeto así; y que, aun cuando él era