Ve usted algo aquí?
Contemplé el ancho sombrero con plumas, los bucles en espiral, el blanco cuello de randa, y el rostro estirado, severo, encuadrado por todo eso.
No era una fisonomía hosca, sino acicalada, rígida y áspera, con labios finos y apretados, y ojos fríos é intolerantes.
Lo encuentra parecido á algún conocido suyo?
—Tiene algo de sir Enrique por la mandíbula.
—Un leve indicio, quizá. Pero espere un momento.
Se subió á una silla, y sosteniendo siempre la luz en la mano izquierda, arqueó el brazo derecho y lo asentó sobre el ancho sombrero y sobre los ensortijados bucles.
GAGALING
Santo Dios!—exclamé asombrado.
Era la cara de Stapleton la que surgía de la tela.
Ajá! Ahora lo ha visto. Mis ojos están habituados á examinar caras y no sus adornos. La primera condición de un investigador es la de que pueda ver á través de un disfraz.
—¡Pero esto es maravilloso! Podría ser el misI mo retrato de Stapleton !
—Sí; es un interesante saso de atavismo, que parece ser tanto físico como moral. El estudio de los retratos de familia, es suficiente para convertir á un hombre á la doctrina de la reencarnación.
El individuo es un Baskerville... esto es evidente.
Y con intenciones respecto á la sucesión.
—Exactamente. Esta casualidad del retrato nce ha suministrado uno de los eslabones cuya falta era más notable. ¡Lo tenemos al hombre, Watson! ¡ lo tenemos!... Y me atrevería á jurar que Wy