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El simple hecho de oir el ladrido de un perro de prea en el páramo no puede haber llevado á un hombre endurecido como éste á un paroxismo tal de terror que lo hiciera pedir socorro á gritos!

desesperados, corriendo el riesgo de ser capturado.

A juzgar por sus gritos, ha debido correr largo trecho desde el momento que supo que el animal lo olfateaba. ¿Cómo pudo saber esto?

—Mayor misterio me parece á mí el de que el sabueso, suponiendo que todas nuestras conjeturas sean correctas...

—Yo no supongo nada.

—Bueno, entonces... que el sabueso estuviera suelto esta noche. Creo que no andará siempre vagando por el páramo. Stapleton no lo habría soltado, me parece, á menos que tuviera razones para pensar que sir Enrique había salido de la casa.

—La dificultad que yo veo es más importante la que suya; porque creo que muy pronto hemos de tener la explicación de ésta, mientras que la mía puede permanecer eternamente en el misterio. La cuestión, ahora, es resolver qué hay que hacer con el cadáver de este pobre desgraciado.

No podemos abandonarlo aquí á los zorros y á los cuervos.

—Opino que lo depositemos en alguna de las cabañas hasta que podamos dar aviso á la policía.

—Muy bien pensado. Creo que los dos solos podremos llevarlo hasta allá... ¡Hola, Watson!

¿qué es esto?... ¡Pues no es el individuo en cuerpo y alma! Por vida de lo más audaz y portentoso que hay en el mundo!... ¡No diga, Watson; una palabra que revele nuestras sospechas!... ¡ni una palabra, o todos mis planes se irán al suelo!

Un bulto iba aproximándose hacia nosotros á