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tancia, del lado de Grimpen, brillaba una luz fija y amarillenta. Sólo podía proceder de la solitaria vivienda de los Stapleton. Al verla, solté una maldición tremenda y sacudí el puño en dirección á ella.

M K—A —Por qué no nos apoderamos de él ahora mismo?

—Nuestra acusación no está completa. El individuo es precavido y astuto hasta el último extremo. No basta que sepamos, sino que podamos probar. Y si darnos un paso en falso, el canalla puede escapársenos.

¿Qué haremos entonces?

—Eso, lo veremos mañana; habrá tarea de sobra. Esta noche, lo único que tenemos que hacer es cumplir los últimos deberes con nuestro pobre amigo.

Bajamos juntos por la pendiente casi á plomo, y nos acercamos al cadáver, cuyo bulto negro se destacaba netamente sobre los plateados guijarros.

La agonía de aquellos miembros retorcidos me causó un espasmo de dolor y llenó mis ojos de lágrimas.

.* —Convendría ir á buscar gente, Holmes. Nosotros solos no podemos llevarlo todo el camino hasta la casa... Santa Dios!... ¿está usted loco?

Holmes había proferido un grito al inclinarse sobre el cadáver. Luego se había puesto á brincar y á reir de la manera más desatinada, y precipitándose hacia mí me estrechaba frenéticamente la mano. ¿Podía ser aquel Sherlock Holmes, siempre tan severo, tan dueño de sí mismo? ¿Quién hubiera creído posible llegar á verlo en semejante estado?