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ra tener la acusación bien completa y redondeada he comprometido la vida de mi cliente. Este es el golpe más rudo que haya sufrido en mi carrera. Pero ¿cómo podía creer?... ¿cómo podía creer que arriesgaría su vida saliendo solo al páramo, pesar de todas mis prevenciones?

Que hayamos oído sus gritos!... ¡Dios mío, qué gritos!... ¡y que no nos haya sido posible salvarlo! ¿Dónde está el sabueso, esa bestia infernal que le ha causado la muerte? Quién sabe si 1 no se ha puesto á acecharnos emboscado entre estas rocas Y Stapleton, dónde está? ¡Ha de pagar esta infamia I —Sí, la pagará. Yo me cuidaré de eso. Tío y sobrino han sido asesinados... uno, mortalmente horrorizado al ver á una bestia que creyó sobrenatural, el otro, estrellado aquí, en su desesperada carrera para huir también de ella. Pero ¿cómo probar ahora la complicidad del hombre y de la bestia? Salvo por el gruñido que hemos oído, no podríamos jurar la existencia de esta última, puesto que sir Enrique ha muerto, evidentemente, á consecuencia de la caída. Pero juro á Dios que, por astuto que sea, el individuo ha de estar en mis manos dentro de veinticuatro horas.

Estábamos de pie, uno á cada lado del cadáver destrozado, con el corazón lleno de amargura, agobiados por aquel desastre repentino é irreparable que había llevado á un fin tan lamentable todos nuestros largos y fatigosos esfuerzos. A poco salió la luna; entonces trepamos á la cresta de la escarpa de donde se había precipitado nuestro pobre amigo, y desde esta altura contemplamos el páramo lleno de sombras en parte plateado, en parte lóbrego. Allá lejos, á muchas millas de dis-