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Holmes había echado á correr velozmente por el páramo, y yo lo seguía, pegado á sus talones.

Y entonces, de algún sitio en el terreno quebrado que teníamos delante, partió un grito desgarrador, un clamor postrero, y en seguida resonó un golpe sordo, pesado. Nos paramos y escuchamos.

Ningún otro ruido rompió el silencio opresivo de aquella noche sin viento.

Vi que Holmes se llevaba la mano á la frente, como si se sintiera trastornado. Luego dió con el pie un golpe en el suelo.

Nos ha vencido, Watson! ¡ Llegamos demasiado tarde!

— No, no! Seguramente no!

Qué loco he sido al no haber obrado! Y usted, Watson, ¡ vea 1 lo que sucede por estar su puesto abandonado! Pero por Dios! que si ha sucedido lo peor, nosotros hemos de vengarlo.

Echamos á correr ciegamente á través de la obscuridad, chocando contra las peñas, abriéndonos paso por entre las retamas espinosas, jadeando af subir las lomas, precipitándonos por las pendientes, siempre en dirección al sitio de donde habían salido los terribles alaridos. Toda vez que liegábamos á una altura, Holmes miraba ansiosamente á su alrededor: pero las sombras eran densas, y nada se agitaba sobre la tétrica superficie del páramo.

Ve usted algo?

—Nada.

—Pero, oiga... ¿qué es eso?

Un quejido ahogado acababa de herir nuestros oídos. De pronto lo sentimos otra vez... á nuestra izquierda. En esta parte, una loma peñascosa venía á terminar bruscamente en una escarpa,