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O tanto asombro... ¿eh?

—Si; fuerza es confesarlo.

—Le aseguro, sin embargo, que no ha sido usted solo el sorprendido. Yo no tenía la menor idea de que usted había dado con mi fortuito asilo, y mucho menos que se hallaba dentro de él; sólo lo supe cuando estuve á veinte pasos de aquí.

—Mis pisadas, supongo?

—No, Watson; me parece que no podría llegar á distinguir sus pisadas entre todas las pisadas del mundo. Si usted desea seriamente chasquearme alguna vez, le aconsejo que cambie de cigarrero; porque siempre que vea yo la colilla de un cigarrillo marcado Bradley, calle Oxford, sabré que mi amigo Watson anda por la vecindad. Puede verla usted, allí, junto al sendero. Usted la tiró, seguramente, en el momento supremo, cuando cargó... contra la cabaña desierta.

—Exactamente.

—Pensé todo eso... Y, como conozco su tenacidad admirable, estaba convencido de que usted estaría allí de emboscada, con alguna arma á mano, esperando que volviera el inquilino. ¿De modo que usted pensó, positivamente, que yo era el criminal?

—No. Yo no sabía quién era el que vivía aquí, pero estaba resuelto á averiguarlo.

— Magnifico, Watson! ¿Y cómo pudo localizarme? Me vió, quizás, la noche de la batida que dieron ustedes al prófugo, cuando cometí la imprudencia de dejar que la luna se levantara detrás de mí?

—Sí; lo vi entonces.

—Y seguramente ha andado registrando todas las cabañas hasta llegar á ésta...