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pañarme á casa. Mientras él me estuvo mirando desde el portón de su jardín, me mantuve en el camino; pero después salí de él, para cortar á través del páramo, hacia la colina pedregosa detrás de la cual había desaparecido la figura del muchacho.

Todo parecía obrar entonces en favor de mis propósitos, y juré que no sería por falta de energía ó de perseverancia por lo que podría desaprovechar yo la ocasión que la fortuna acababa de ponerme en el camino.

La tarde caía ya cuando llegué á la cumbre de la colina, y las dilatadas pendientes que se extendían á mis pies presentaban de un lado un tinte verde dorado, y una sombra gris del otro. Una:

niebla baja se extendía sobre el lejano horizonte, de la que surgían las fantásticas sombras de Belliver y del Picacho de la Zorra. No se notaba un solo rumor, un solo movimiento en toda la vasta extensión del páramo. Un gran pájaro gris, una gaviota ó chorlito, se cernía allá arriba, en el cielo azul. Este pájaro y yo parecíamos ser allí, bajo la inmensa bóveda, los únicos seres vivientes.

La inutilidad de mi visita, la sensación de aquella soledad, y el misterio y la urgencia de mi tarca, todo esto me hizo palpitar ansiosamente el corazón. El muchacho no aparecía por ninguna parte.

Pero & mis pies, en una garganta entre las colinas había un círculo de cabañas de piedra, y en médio de ellas surgía una con techo suficiente todavía para servir de abrigo contra el tiempo. Esta debía ser la madriguera donde se agazapaba el desconocido. Al fin tenía el pie en el umbral de su escondrijo!... ¡al fin tenía en el puño su secreto!

Al acercarme á la cabaña, andando tan cautelosamente como lo habría hecho Stapleton al lle-