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bre un trípode, estaba sobre el techo de zinc liso de la casa. Frankland aplicó el ojo á él, y dió un grito de alegría.

— Pronto, doctor Watson, pronto, antes de que pase al otro lado!

Efectivamente, se veía un chicuelo con un atado al hombro, que subía lenta y trabajosamente la colina. Cuando llegó á la cima vi destacarse por un momento su figura andrajosa y extraña contra el cielo azul frío. El muchacho echó una mirada á su alrededor, con expresión furtiva y disimulada, como quien teme ser seguido, y desapareció del otro lado..

Y...? Tenía razón yo?

—Seguramente; este muchacho parece estar desempeñando una comisión secreta.

Y qué clase de misión es la que desempeña, esto lo podría adivinar hasta un comisario de policía de los que tenemos por acá. Pero por mí no han de saber ellos una sola palabra; y lo comprometo á que guarde el secreto usted también, doctor Watson. Ni una palabra. Entiende?

—Haré como usted quiera.

—Se han portado conmigo de una manera vergonzosa... vergonzosa. Cuando salgan á luz los hechos en el juicio «Frankland contra Regina», me atrevo á decir que el país se estremecerá indignado. Nada podría inducirme á ayudar en ninguna forma á la policía. Por ellos, bien podía haber sido mi persona y no mi efigie lo que aquellos pillos quemaron en la hoguera. ¡Usted no se marcha ya, por cierto! Tiene que acompañarme á vaciar un vaso en honor de este gran día.

Pero me resistí á todas sus solicitaciones, y logré disuadirlo también de su propósito de acom-