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? 179 —Puedo no saber exactamente dónde está, pero estoy completamente seguro de que podría ayudar á que la policía le echara el guante. ¿Nunca se le ocurrió á usted que el mejor medio de dar con ese hombre era descubrir dónde conseguía su alimento, y seguirle entonces la pista?

Frankland iba acercándose á la verdad, de una manera bastante desagradable.

—Sin duda—dije;—pero, ¿cómo sabe usted que está en alguna parte del páramo?

J und —Lo sé porque he visto con mis propios ojos al mensajero que le lleva la comida.

Se me oprimió el corazón pensando en Barrymore. Era asunto serio verse en las manos de este viejo entrometido y perverso. Pero lo que dijo en seguida me quitó un gran peso de encima.

—Le ha de causar á usted sorpresa el saber que el que le lleva la comida es un muchacho. Lo veo todos los días con el catalejo que tengo en la azotea. Pasa siempre por el mismo camino y á la misma hora; y á quién habría de ir á ver sino al prófugo?

¡Esta sí que era suerte! Pero reprimí toda demostración de interés. Un muchacho! Barrymo1 re había dicho que nuestro desconocido era servido por un muchacho. Con la pista de éste, y no con la del prófugo, era con lo que había tropezado Frankland. De modo que, si conseguía averiguar lo que el viejo sabía, me evitaría una larga y fatigosa pesquisa. Pero la incredulidad y la indiferencia eran, evidentemente, mis cartas más fuertes en el juego.

Me parece que es, tal vez, mucho más probable que se trate en este caso del hijo de alguno