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más, no habría podido estar de regreso de Coombe Tracey hasta las primeras horas de la mañana siguiente. Una excursión semejante no podía permanecer mucho tiempo en secreto si había alguien interesado en averiguarla. Lo más probable era, por consiguiente, que me hubiera dicho la verdad; ó, por lo menos, una parte de ella.

Salí de allí chasqueado y descorazonado. Una vez más había ido á estrellarme contra la muralla infranqueable que parecía cerrar todos los caminos que tomaba yo para llenar mi misión. Pero cuanto más pensaba en el rostro de la señora Lyons y en su manera de ser, tanto más me convencía de que algo me había ocultado. ¿Por qué se había puesto tan pálida? ¿Por qué se había resistido á toda confesión, y había hecho necesario que ésta le fuese arrancada? ¿Por qué había guardado tan completo silencio cuando ocurrió la tragedia? La explicación de todo esto no podía ser, por cierto, tan inocente como la que ella había querido hacerme creer. Pero, por el momento, no me era posible adelantar nada en esta dirección; tenía que volver al otro hilo, al que había que buscar entre las cabañas de piedra, en el centro mismo del pá— —m ramo.

Y los datos que tenía á este respecto eran vagos por demás. Pude convencerme de ello al ver, cuando regresaba en el carruaje, que, unas tras otras, todas las colinas mostraban vestigios de sus antiguos pobladores. La única indicación de Barrymore era que el desconocido vivía en una de estas cabañas abandonadas; pero había centenares de ellas esparcidas en toda la extensión del páramo.

Tenía, sin embargo, mi propia experiencia por