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174 trimonio precipitado y que muy pronto tuve motivos para lamentarlo.

—He oído decir eso.

— —La vida ha sido para mí una persecución incesante, de parte de un marido que aborrezco. La ley está en su favor, y pesa constantemente sobre mí la posibilidad de que llegue á obligarme á vivir con él. Cuando escribi la carta á sir Carlos acababa de saber que podía tener una esperanza de reconquistar mi libertad con tal de que pudiera hacer ciertos gastos. Esto significaba todo para mí... tranquilidad de espíritu, felicidad, dignidad, todo... Entonces, como conocía la generosidad de sir Carlos, pensé que, si él oía las cosas de mis propios labios, seguramente se decidiría á ayudarme.

—Entonces, ¿cómo se explica que no haya ido usted á la cita?

—Porque en el intervalo recibí de otras manos la ayuda que necesitaba.

—Y si fué así, ¿por qué no escribió á sir Carlos explicándole las cosas?

Así lo habría hecho, á no haber visto á la mañana siguiente en el diario, que había muerto.

Las declaraciones de la señora Lyons concordaban entre sí, coherentemente, y todas las preguntas que le hice, para ver si conseguía desvirtuarlas, resultaron infructuosas. Para comprobarlas sólo tenía un medio; averiguar si, efectivamente, había entablado ella una acción de divorcio contra su marido, en aquella ocasión, en los días que siguieron al de la tragedia.

No me parecía fácil que la dama se hubiera atrevido á decirme que no había ido á Baskerville Hall, si realmente hubiera estado allí; porque para hacer este viaje habría necesitado un coche, y, adeA