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Ya no hay, entonces, caballeros?

balbució.

—Comete usted una injusticia con sir Carlos.

El quemó la carta. Pero á veces una carta puede ser legible aunque esté quemada. Reconoce usted, pues, que la ha escrito?

¿ AZA

—Sí, la escribí—exclamó, vaciando el alma en un torrente de palabras.—La escribí. ¿Por qué habría de negarlo? No tengo ningún motivo para abochornarme de eso. Quería que él me ayudara.

Estaba segura de que, si podía tener una entrevista con él, conseguiría lo que necesitaba. Por esto le pedí que me viera.

—Pero, ¿por qué á aquella hora?

—Porque acababa de saber que se iba & Londres al día siguiente, y que su ausencia duraría meses. Había también razones que me impedían poder estar allá más temprano.

—Pero, ¿por qué una cita en el parque, en lugar una visita en la casa?

—Cree usted, entonces, que una mujer puede ir sola á una hora como esa á la casa de un soltero?

—Perfectamente. ¿Qué sucedió cuando usted llegó allá?

—No fuí nunca.

—¡ Señora !

—Nunca. Se lo juro por lo que considero más sagrado. No fuí nunca. Ocurrió algo que me impidió ir.

—¿Qué fué?

Esto es un asunto privado. No puedo decirlo.

— Reconoce usted, entonces, haber pedido una cita á sir Carlos, á la misma hora y en el mismo