Sí, señor. Me casé, y por eso dejé el hospital, con él todas mis esperanzas de abrir un consultorio. Ante todo tenía que formarme un hogarmt —¡ Vaya, vaya! Después de todo no hemos andado tan descaminados—dijo Holmes.— Y bien, doctor Jaime Mortimer?...
—Señor solamente, señor... un humilde Miembro del Colegio Real de Cirujanos.
—Y hombre de inteligencia precisa, evidentemente.
—Un chapucero de la ciencia, señor, un pescador de conchas en las playas del gran océano desconocido. Supongo que es con el señor Sherlock Holmes con quien estoy hablando; ó quizá el señor...
—No; el señor es mi amigo, el doctor Watson.
—Me alegro de conocerlo, doctor. He oído mencionar el nombre de usted junto con el de su ami— go. Usted me interesa mucho, señor Holmes. No me lo había figurado con un cráneo tan dodicocéfalo, ni con un desarrollo supraorbital tan marcado. Tendría usted inconveniente en que le pasara el dedo por la grieta parietal? Un molde de su cráneo, señor Holmes, mientras no se pueda disponer del original, sería una joya en cualquier museo antropológico. No es mi intención fastidiarlo con ponderaciones excesivas, señor, pero le confieso que codicio su cráneo.
Sherlock Holmes indicó una silla á nuestra extraña visita.
—Veo, señor, que es usted un entusiasta por su género de estudios, como yo lo soy por el mío—le dijo. Su dedo índice me dice que usted mismo