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Se desvanecieron las pecas en el rostro de la jovenat MANN

—¿Qué puedo decir yo sobre él?—me preguntó, mientras sus dedos jugaban nerviosamente con la tecla de los espacios de su máquina.

—Lo conoció usted, no es cierto?

—He dicho ya que debo muchísimo á sus bondades. Si estoy en condiciones de poder sostenerme sola, en gran parte lo debo al interés que él se tomó por mejorar mi situación desgraciada.

—¿Se escribía usted con él?

La señora Lyons alzó vivamente sus ojos castaños, con un relámpago de cólera en ellos.

Qué se propone usted con sus preguntas?—exclamó en tono áspero.

—Me propongo evitar un escándalo público. Mejor es que las haga aquí, me parece, y no que el asunto tenga que pasar á otras manos.

La señora Lyons guardó silencio, y la palidez de su rostro se acentuó. Después levantó otra vez los ojos y asumió una expresión un tanto inquieta y provocadora.

2 —Está bien: contestaré—me dijo.—¿Cuáles son sus preguntas?

Se escribía usted con sir Carlos?

—Le he escrito, efectivamente, una ó dos veces, para agradecerle su delicadeza y su generosidad.

—¿Tiene usted las fechas de esas cartas?

—No.

—¿Se vió usted con él alguna vez?

—Sí; una ó dos veces; cuando vino á Coombe Tracey. Era un hombre muy modesto, y prefería hacer el bien en secreto.

—Pero si usted lo vió una ó dos veces apenas, y si le ha escrito tan sólo una ó dos cartas, ¿cómo