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te cuando vió en mi á un extraño; volvió á sentarse y me preguntó el objeto de mi visita.

La primera impresión que causaba la señora Lyons era la que puede provocar la más perfecta belleza. Sus ojos y sus cabellos eran del mismo color, de un precioso color castaño, y sus mejillas, aunque notablemente pecosas, tenían el exquisito matiz rosado de las trigueñas, ese matiz delicadoque asoma apenas en el cáliz de la rosa sulfúrea.

La primera impresión, repito, era de admiración.

Pero la segunda era de crítica. Había en su rostro algo sutilmente inarmónico: cierta tosquedad de expresión, cierta dureza, quizá, en la mirada, cierta soltura en el labio, que hacían imposible la perfecta belleza del conjunto. Pero éstos fueron, por supuesto, pensamientos ulteriores. En aquel instante me di cuenta solamente de que me hallaba en presencia de una mujer muy hermosa, y de que ésta me preguntaba la razón de mi visita. Hasta entonces no había comprendido yo cuán delicada era la misión que me llevaba allí.

—Tengo el gusto—le dije,—de conocer á su padre.

Era una introducción torpe, y ella me lo hizo sentir.

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44—4 —No hay nada común entre mi padre y yo me dijo.—Yo no le debo nada, y sus amigos no son los míos. A no haber sido por el finado sir Carlos Baskerville, y por otros corazones bondadosos, me habría muerto de hambre por lo que dependía de mi padre.

—A propósito de sir Carlos Baskerville. Precisamente es por él por lo que he venido á ver á usted.