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sas aisladas, esparcidas por todo el páramo, y él es un hombre que no se para en nada. Para estar seguro de ello basta mirarle la cara. Ahí está, por ejemplo, la casa del señor Stapleton, que no tiene sino á éste por único defensor. No puede haber seguridad aquí para nadie mientras él no está encerrado bajo llave.

—No se introducirá en ninguna casa, señor. Le doy mi palabra de honor de que no lo hará. Más aún no volverá nunca á molestar á nadie en este país. Le aseguro, sir Enrique, que dentro de pocos días quedarán hechos los arreglos necesarios, y él estará en viaje á Sud—América. Por ainor de Dios, señor, le suplico que no haga saber á la policía que él está todavía en el páramo. Ya han desistido aquí de la pesquisa, y él puede dejarse estar tranquilo hasta que el buque esté pronto. El señor no podría denunciarlo sin hacernos un gran daño á mi mujer y á mí. Le ruego, señor, que no comunique nada á la policía.

—Qué dice usted, Watson?

Me encogí de hombrosuna mynd —Si pudiera salir del país, sano y salvo, aliviaría de una carga al contribuyente.

—Pero ¿y la posibilidad de que despache á alguno antes de irse?

—No hará semejante locura, señor. Le hemos dado todo lo que pueda necesitar. Cometer un crimen sería para él revelar que está escondido aquí todavía.

—Esto es cierto—dijo sir Enrique.—Bueno, Barrymore...

—¡Dios lo bendiga, señor! Se lo agradezco con toda mi alma. Mi mujer se moriría de pena si tomaran otra vez á Selden.

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