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te, de un peligro continuo, tanto más terrible cuanto que no me es posible definirlo.

Y no tengo, acaso, razones para sentir esto?

Considérese la larga serie de incidentes, reveladores todos de que una fuerza siniestra está obrando nuestro alrededor. Tenemos la muerte del último ocupante de la casa, que tan exactamente se ajusta á los detalles de la leyenda de los Baskerville; y tenemos también los repetidos relatos de los campesinos sobre la aparición en el páramo de un animal extraño. Por dos veces he sentido, por mis propios oídos, ese grito que parecía el ladrido lejano de un sabueso. Pero es increíble, imposible, que éste pueda existir realmente fuera de las leyes ordinarias de la naturaleza. Un sabueso fantasma que deje huellas materiales y que llene el espacio con sus aullidos, es absolutamente inconcebible. Stapleton puede caer en esta superstición y el doctor Mortimer también; pero si yo tengo algo sobre la tierra es sentido común, y nada me convencerá de que debo creer en semejante cosa. Hacer esto sería rebajarme al nivel de esos pobres campesinos que no se contentan con pintar simplemente un perro infernal, sino que tienen que describirlo echando fuego por los ojos y por la boca. Holmes no prestaría oídos á semejantes fantasías, y yo soy agente de Holmes. Pero los hechos son hechos, y por dos veces he ofdo en el páramo el terribe aullido. Suponiendo que, en realidad, ande suelto por él un sabueso enorme, esto haría mucho en el sentido de explicarlo todo. Pero ¿dónde puede estar escondido un perro así? ¿de dónde saca su alimento? ¿cuál puede haber sido su procedencia? ¿cómo es que nadie lo ve nunca de día? Hay que confesar que la suposición de