este mundo sólo un hombre afable, recibe regalos; que sólo uno que no tiene ambiciones abandona su carrera en Londres por otra en el campo, que sólo un distraído deja su bastón en vez de su tarjeta en casa de la persona que ha ido á ver y que no ha encontrado.
—¿Y lo del perro?
—El perro ha tenido la costumbre de llevar el bastón de su dueño, siguiendo tal vez los pasos de éste. Como el bastón es pesado, el perro lo aseguraba por el medio, y las señales de sus dientes están bien claras. La boca de este perro, á juzgar por la distancia entre las señales, es demasiado ancha, á mi juicio, para un raposero y no lo es bastante para un mastín. Puede que sea..sí, por Júpiter!... es un podenco.
Holmes se había levantado hacía un momento y hablaba paseándose por el cuarto. En una de sus vueltas había ido á detenerse en el hueco de la ventana. Allí estaba cuando dijo estas últimas palabras, con tal acento de convicción que alcé los ojos sorprendido.
—¿Cómo puede usted estar tan seguro de que es un podenco, mi querido amigo?
—Por la razón muy sencilla de que estoy viendo el perro en el mismo umbral de nuestra puerta de calle; y el dueño de él es el que acaba de hacer sonar la campanilla. Hágame el favor de no irse, Watson. Se trata de un colega suyo... y quién sabe! la presencia de usted puede serme útil. Estos son momentos dramáticos de la suerte, Watson... cuando se oyen en la escalera pasos que entran en la vida de uno, y no se sabe si ello es para bien ó para mal de uno. ¿Qué es lo que viene á pedir el doctor Jaime Mortimer, hombre de