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que fuera vista en otra dirección que no fuese la de Baskerville Hall. Un enorme peñasco favorecía nuestra aproximación, y agazapándolos detrás de esta mole, nos pusimos á observar la luz por encima de ella.

Causaba extrañeza ver esta vela ardiendo allí, en medio del páramo, sin la menor señal de vida junto á ella... porque no se veía más que la alargada llama amarillenta y el brillo opaco de la roca á su alrededor.

— Qué hacemos ahora?—me susurró sir Enrique.

—Esperar aquí. El hombre debe estar cerca de la luz. Vamos á ver si podemos descubrirlo.

Apenas habían salido estas palabras de mis labios, cuando lo vimos. Por entre las rocas, en la hendidura donde ardía la vela, apareció de pronto un rostro amarillo, animal, satánico y terrible, todo rayado y surcado por las más viles pasiones, que, cubierto de inmundo lodo como estaba, con la barba hirsuta y la greña enmarañada, podía habérsele tomado por el de uno de esos salvajes que en los tiempos antiguos vivían en cavernas en las faldas de las colinas. La luz de la vela se reflejaba en sus ojos, pequeños y sagaces, que, moviéndose ferozmente á todos lados, trataban de sondear las tinieblas, como un animal salvaje y astuto que oye los pasos del cazador.

Era evidente que algo había despertado sus sospechas. Puede ser que Barrymore tuviera alguna señal especial que nosotros no habíamos hecho, ó que el individuo pensara, por alguna otra razón, que las cosas no iban bien; el hecho es que había una expresión de sobresalto en su rostro perverso. De un momento á otro, el hombre podía po-