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en Londres, y otra muy distinta estar aquí, en la obscuridad del páramo, y oir un grito semejante. ¡Y mi tío!... Había las pisadas de un sabueso junto á su cadáver. Todo concuerda perfectamente. No me creo cobarde, Watson, pero este grito me ha helado hasta el alma. Tóqueme la mano.

Estaba tan fría, como si fuera de mármol.

—No es nada—dije. — Mañana estará usted bien.

—No creo que pueda quitarme este grito de la cabeza. ¿Qué le parece á usted que hagamos ahora?

—¿Volvernos?

No, por Cristo! Hemos salido para atrapar al hombre, y lo hemos de hacer. Nosotros perseguimos al prófugo, y á nosotros nos persigue un sabueso, diabólico ó no. Sigamos adelante. Hemos de concluir este asunto, aun cuando todas las furias del infierno anduvieran sueltas por el páramo.

Continuamos el camino, lentamente y ú tropezones, en medio de las tiniebas, con el negro fantasma de las colinas crestadas á nuestro alrededor y el punto de luz amarillenta brillando fijamente delante de nosotros. No hay nada más engañoso que la distancia á que se halla una luz en una noche negra como boca de lobo; á veces el resplandor parecía estar muy lejos, sobre el hori—.zonte, y otras veces á unas cuantas yardas de uno. Pero al fin pudimos ver de dónde provenia, y entonces nos dimos cuenta de que ya estábamos muy cerca. Un cabo de vela chorreado estaba fijo en una grieta, entre unas rocas que lo flanqueaban por todas partes; este abrigo resguardaba la luz del viento, é impedía, al mismo tiempo,