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La sangre se me enfrió en las venas, porque la voz entrecortada de sir Enrique me reveló que un horror repentino lo había asaltado.

—¿Cómo se explican este grito?—me preguntó.

¿Quiénes?

—Los de la comarca.

Oh, son gente ignorante! ¿Qué le importa á usted lo que dicen?

—Digamelo, Watson ¿qué dicen de él?

Yo titubeé, pero no pude esquivar la respuesta.

—Dicen que es el grito del sabueso de los Baskerville.

El baronet hizo oir un grufido y guardó silen'cio por un momento.

—Sabueso era—dijo al fin, y parecía estar á corta distancia de aquí, en aquella dirección tal vez.

—Era difícil poder precisar de dónde partía.

—Aumentaba y disminuía con el viento. ¿No está de aquel lado la Gran Ciénaga de Grimpen?

—Sí, de aquel lado.

—Bueno, de allí salía. Digame, Watson, ¿no cree usted que ha sido el aullido de un sabueso?

Vea que no soy un niño. No debe tener temor de decir la verdad.

Stapleton estaba conmigo cuando lo oí por primera vez. El me dijo que podría ser el reclamo de un pájaro extraño.

—No, no, era un sabueso. Dios mío! Habrá ¿ algo verdadero en todas estas historias? ¿Será posible que yo esté realmente amenazado por un fantasma? Usted no cree en semejante cosa, ¿no es cierto, Watson?

—No, no.

—Lo cierto es que una cosa era reirnos de esto