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144 biera pasado; de modo que se escondió en el páramo. Pero noche por medio nos asegurábamos de que él estaba siempre allí, poniendo una luz en esta ventana; y, si contestaba, entonces mi marido le llevaba un poco de pan y de carne. Día á día hemos estado esperando que se fuera; pero, mientras estuviese aquí, no podíamos abandonarlo. Esta es toda la verdad, señor, como mujer cristiana y honrada que soy; y el señor verá que, si hay algún culpable en este asunto, no es mi marido, sino yo, porque por mí ha hecho él todo lo que ha hecho.

—14 La mujer hablaba con tal vehemencia que sus palabras eran enteramente convincentes.

—Es cierto todo esto, Barrymore?

—Sí, señor. Letra por letra.

—Bueno, Barrymore. Yo no puedo reprocharle á usted que haya ayudado á su mujer; olvide lo que he dicho. Pueden retirarse, y mañana temprano hablaremos más detenidamente de este asunto.

En cuanto el mayordomo y su mujer se hubieron ido, volvimos á mirar por la ventana. El baronet la había abierto, y el viento frío de la noche nos daba en la cara. Allá lejos, entre las sombras distantes, brillaba aún el puntito de luz amarillenta.

—Me admira su audacia—dijo sir Enrique.

—La luz debe estar colocada de manera que sólo pueda ser visible desde aquí.

—Es muy probable. ¿A qué distancia cree usted que esté?

Cerca del Picacho Hendido, me parece.

—A una ó dos millas cuando más...

—Tal vez no tanto.