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u 148 —El presidiario prófugo, señor... Selden, el criminal..p re.—Esa es toda la verdad, señor—dijo Barrymo—El secreto no era mío y yo no podía revelarlo. Pero ahora el señor lo ha oído, y el señor reconocerá que si había algún complot no era contra su persona.

¡Esta, pues, era la explicación de las expediciones furtivas por la noche y de la luz en la ventana! Sir Enrique y yo miramos á la mujer asombrados. Era posible que esta persona tan impa¿ sible y tan respetable tuviera en sus venas la misma sangre de uno de los asesinos más famosos del país?

—Sí, señor. Selden es mi hermano menor. Lomimamos mucho, señor, cuando muchacho, y le dejábamos hacer su gusto en todo, á tal punto que llegó á creer que el mundo había sido creado para él y que podía hacer lo que quisiera. Después, cuando fué mozo, tuvo malas compañías, el diablo se le metió en el cuerpo, y destrozó el corazón á mi madre y arrastró nuestro apellido por el suelo. A fuerza de crímenes fué hundiéndose más y más cada vez, y sólo la misericordia de Dios ha podido librarlo de la horca. Pero para mí, señor, él siempre ha sido la criatura que yo he criado y querido como hermana. Por eso fué que se escapó, señor. Porque sabía que yo estaba aquí, y que no podíamos negarle ayuda. Cuando se nos apareció de pronto una noche, rendido y muerto de hambre, perseguido por los guardias, ¿qué podíamos hacer? Lo dejamos entrar y le dimos de comer y lo vestimos. Después llegó el señor, y él reconoció que en el páramo estaría más seguro que en cualquier otra parte, hasta que la alarma hu-