querido Watson; y en su lugar surge un joven de menos de treinta años, afable, sin ambiciones, distraído, y dueño de un perro mimado, que podría describir, en bruto, como más grande que un raposero y más pequeño que un mastín.
Yo me reí, incrédulo, mientras Sherlock Holmes se retrepaba en el sofá y lanzaba al cielo raso pequeñas coronas temblorosas de humo.
—Por lo que se refiere á la última parte, no tengo datos para contradecirlo—le dije;—pero, en cambio, no es difícil encontrar informaciones sobre la edad y la carrera profesional del hombre.
Bajé de mi pequeña estantería científica la «Guía Médica» y busqué en ella el nombre. Había varios Mortimer, pero sólo uno de ellos podía ser nuestro visitante. Leí en voz alta su referencia:
Mortimer Jaime, M. R. C. S., 1882, Grimpen, Dartmoor, Devon. Cirujano interno de 1882 á 1884, en el hospital de Charing Cross. Ganador del premio «Jackson» en Patología Comparada, con un escrito titulado: «Es una Reversión la Enfermedad?» Miembro correspondiente de la Sociedad Patológica Sueca. Autor de «Algunos Caprichos del Atavismo» (Lancet, 1882). «Progresamos?» (Journal of Psychology, marzo 1883). Médico oficial de las parroquias de Grimpen, Thorley y Cerro Alto.
Ni señales de aquel club de cazadores, Wat son— —dijo Holmes con pérfida sonrisa;—pero si de un médico rural, como observó usted con tanta perspicacia. Veo que mis inferencias han quedado plenamente comprobadas. En cuanto á los adjetivos, dije, si mal no recuerdo, afable, sin ambiciones y distraído. Sé, por experiencia, que en