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No hacía ningún daño, señor. Estaba arrimando la vela á la ventana.

Y para qué arrimaba la vela á la ventana?

— No me lo pregunte, señor... no me lo pregunte! Le doy mi palabra, señor, de que el secreto no es mío, y no puedo decirlo. Si no interesara á nadie más que á mf, no trataría de ocultárselo, señor.

Se me ocurrió de pronto una idea, y tomé la vela de encima del antepecho de la ventana, donde acababa de dejarla el mayordomo.

—Tal vez la haya estado arrimándola como señal—dije. Vamos ver si es eso.

Sostuve la luz como él había hecho, y traté de sondear las tinieblas. Apenas podía distinguir la cima negra de los árboles y la extensión, relativamente menos obscura, del páramo, porque en aquellos momentos la luna estaba oculta por las nubes. Pero en seguida lancé un grito de júbilo, al ver que un diminuto punto luminoso, amarillento, había atravesado de pronto el velo de las sombras, brillaba fijamente en el centro mismo del espacio negro que encuadraba la ventana.

—1 Ahí está exclamé.

— No, no señor! ¡No es nada... nada absolutamente!. prorrumpió el mayordomo. Le aseguro, señor...

—Mueva la luz de un lado á otro, Watson—me gritó el baronet.— Vea, vea... el otro la mueve.también! Ahora, bribón. ¿niega usted todavía que sea una señal? ¡Vamos, hable! ¿Quién es su cómpice allá abajo, y cual es la conspiración que están tramando?

El mayordomo asumió abiertamente una expresión de desafio.