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B 140 —M do delante de la ventana, con la vela en la mano, y la cara blanca, ansiosa, apretada contra el vidrio, tal como lo había sorprendido yo la vez primera.

No habíamos combinado ningún plan de campaña á partir de aquel momento; pero el baronet es un hombre para quien no hay nunca mejor camino que la línea recta. Entró resueltamente en la pieza, y, al sentirlo, Barrymore se apartó de un salto de la ventana haciendo una aspiración ruidosa, y se plantó blanco y trémulo delante de nosotros. Sus ojos negros, que resaltaban brillantes sobre la palidez cadavérica del rostro, estaban llenos de terror y de sorpresa, y se fijaban alternativamente en sir Enrique y en mí.

—¿Qué está haciendo, Barrymore?

—Nada, señor.

Su agitación era tan grande que casi no podía hablar, y las sombras en la pieza subían y bajaban sin descanso, siguiendo los vaivenes de la luz de la bujía.

—Era la ventana, señor. Todas las noches hago una jira para ver si están cerradas.

—Aquí, en el segundo piso?

—Sí, señor; todas.

—Vea, Barrymore—dijo sir Enrique ásperamentej—estamos resueltos á sacarle á usted la verdad de las cosas, de modo que se ahorrará trabajo si nos la dice, más bien temprano que tarde. ¡Va mos á ver! ¡Nada de mentiras! ¿Qué estaba usted haciendo en esta ventana ?

El hombre nos miró de una manera desesperada, y se oprimió la frente como si hubiera llegado al último extremo de la irresolución y de la desgracia.