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chalecó de fuerza. ¿Qué es lo que me pasa?—preguntó. Hace ya algunas semanas que usted vive conmigo, Watson. Dígame francamente: ¿hay algo que pueda impedirme á mí ser un buen marido para la mujer que amo?

1x —No me parece.

—El no puede alegar mi posición social; de modo que es á mí, ini propia persona, lo que cree que puede pisotear. ¿Qué tiene que decir de mi? Que yo sepa, nunca he hecho daño á nadie en mi vida, ni á hombre ni á mujer. Sin embargo, el individuo no quería que le tocara ni la punta de los dedos á su hermana.

—¿Dijo él eso?

—Eso, y algo más. Vea, Watson: yo no la conozco á ella sino desde hace una semana; pero, desde el primer momento, he comprendido que ella ha nacido para mí; y, en cuanto á ella, clla también... se siente feliz cuando está conmigo. Esto se lo puedo jurar. Hay miradas en los ojos de una mujer que hablan más claro que las palabras.

Pero él nunca nos ha dejado á solas, y hoy era la primera vez que tenía ocasión de estar con ella sin testigos. Ella se alegró al verme, naturalmente, pero no fué de amor de lo que habló; ni me hubiera dejado hablar á mí tampoco, si hubiese podido impedirlo. Insistía en volver y volver 80bre el mismo tema: que éste era un sitio peligroso, y que ella no podría estar tranquila mientras yo no me fuera. Yo le dije que, una vez que la había conocido, ya no podía salir de aquí; y que, si realmente tenía interés en que me fuera, esto sólo podría conseguirlo si se decidía á marcharse ella también conmigo. Y le ofrecí en todos los tonos casarme con ella. Pero, antes de que pudiera