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llegado los nuevos trajes que encargó á Londres.

La mujer del mayordomo tiene para mí un interés especialísimo. Es una señora gruesa, robusta, concentrada, en alto grado respetable, y muy inclinada al puritanismo. Difícilmente podría concebir usted una mujer menos capaz de conmoverse ; sin embargo, como ya le he contado; la noche de nuestra llegada la of sollozar amargamente, y, desde entonces, más de una vez he notado huellas de lágrimas en su rostro. Alguna honda pena debe estar royendo continuamente su corazón. A veces supongo que sean remordimientos; otras veces pienso que Barrymore puede ser un tirano doméstico.

La aventura de anoche ha justificado mis sospechas, nacidas desde el primer momento, de que hay algo singular y cuestionable en el carácter de este hombre.

El hecho á que me refiero, sin embargo, puede parecer en sí mismo de poca importancia. Como usted sabe, mi sueño no es muy pesado; y, desde que estoy en el Hall, se ha hecho más ligero todavía. Anoche, como á las dos de la mañana, me despertó el rumor de u unos pasos sigilosos en el corredor delante de mi pieza. Me levanté en seguida, abrí la puerta y miré afuera. Una larga sombra negra se deslizaba sobre el piso de madera. Provenía de un hombre que atravesabá, silenciosamente el corredor, con una vela en la mano.

Iba en mangas de camisa y descalzo. Sólo pude verle la silueta, pero por la estatura reconocí á Barrymore. Andaba con lentitud y cautela, y había en su porte un no sé qué culpable y furtivo.

El corredor (creo habérselo dicho ya en otra ocasión), está interrumpido por la galería que rodea 19/12/2015