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mico en un escenario que bien poco lo necesita, por cierto.

Y ahora que ya está usted al día respecto al presidiario prófugo, á los Stapleton, al doctor Mortimer y al señor Frankland, voy á terminar por lo más importante, por todo cuanto se relaciona con los Barrymore y que comprende, especialmente, el extraordinario descubrimiento que hice anoche.

PRES

Ante todo le hablaré del telegrama que envió usted de Londres para asegurarse de que Barrymore estaba aquí realmente. Ya le he explicado cómo resultó de mis averiguaciones que el ardid había fracasado, dejándonos sin prueba ni de una cosa, ni de la otra. Le conté esto á sir Enrique, y el baronet, procediendo resueltamente como siempre, llamó en seguida á Barrymore y le preguntó si había recibido él mismo el telegrama. Barrymore dijo que sí.

—Se lo entregó el mensajero en propias manos?

—le preguntó sir Enrique.

Barrymore pareció sorprenderse, y meditó un momento.

No, señor—dijo.—Yo estaba entonces en el desván, y mi mujer me lo llevó arriba.

—Lo contestó usted mismo?

—No, señor. Le di la contestación á mi mujer, y ella bajó y la escribió.

A la tarde, Barrymore volvió á tocar el punto espontáneamente.

—No he podido comprender, sir Enrique, el objeto de sus preguntas de esta mañana—dijo.—¿ He hecho algo como para perder su confianza, señor?

Sir Enrique le aseguró que no había tal cosa; y, para acabar de tranquilizarlo, le regaló una parte considerable de su guardarropa, pues ya le han 19/12/2015