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ma. Mientras contemplaba, por las ventanas, él páramo sembrado de peñascos que se desarrollaba interminablemente hasta perderse en el horizonte, no pude menos de preguntarme admirado qué podría haber inducido á este hombre tan instruído á esta mujer tan hermosa á ir á vivir en semejante sitio.

Curioso barrio el que hemos elegido, ¿no?dijo Stapleton, como si hubiera leído en mi pensamiento. Y, sin embargo, nosotros nos arreglamos para ser felices, ¿no es cierto, Luz?

—Muy felices—dijo, la joven :—pero no había acento de verdad en sus palabras.

—Yo tenía una escuela—dijo Stapleton.—Allá, en el Norte. La tares, para un hombre de mi temperamento, era mecánica y poco interesante; pero el privilegio de vivir con los niños, de ayudar á modelar aquellas mentes infantiles y de imprimir en ellas el carácter y los ideales de uno, me era muy grato. Sin embargo, la suerte estaba en contra nuestra. Estalló en la escuela una grave epidemis, y tres de los niños murieron. La escuela nunca se restableció de este golpe infortunado, y la mayor parte de mi capital naufragó allí para siempre. Pero, si no fuera por la pérdida de la encantadora compañía de los niños, ahora podría alegrarme de aquel desastre; porque, gracias á mi decidida afición á la botánica y á la zoología, he encontrado aquí un campo de acción ilimitado; y, en cuanto á mi hermana, ella es tan amante como yo de la Naturalesa. Todo esto, doctor Watson, me ha obligado á contarle, la expresión que he visto en su rostro cuando contemplaba usted el páramo por la ventana..

—Efectivamente, había cruzado por mi mente