lo que, en señal de agradecimiento, se le ha hecho este pequeño obsequio.
—Realmente, Watson, usted se excede á sí mismodijo Holmes, haciendo retroceder su silla y encendiendo un cigarrillo.—Me considero más que nunca en el deber de declarar que en todos los relatos que usted se ha tomado la molestia de escribir para dar cuenta de mis pequeños triunfos, usted ha estado rebajando sistemáticamente su propia habilidad. Puede ser que usted no sea un astro con luz propia, pero lo cierto es que es buen conductor de la luz. Hay quienes, sin estar dotados de genio precisamente, tienen, sin embargo, notables facultades para estimularlo. Le aseguro, mi querido amigo, que mi deuda con usted es muy grande.
Nunca había dicho Holmes tanto, y debo confesar que sus palabras me causaron un placer muy vivo; porque en otras ocasiones más bien me había picado con su indiferencia respecto á la admiración que me causaban sus procedimientos y á los esfuerzos que hacía yo para dar publicidad á éstos. Me sentía orgulloso, también, al pensar que dominaba ya á tal punto el sistema de mi amigo, que había llegado á aplicarlo en aquel caso en una forma que había merecido su completa aprobación.
Holmes me sacó el bastón de las manos y se puso á examinarlo á simple vista por unos minutos. Después, asumiendo, una expresión de interés, dejó sobre la mesa el cigarrillo, y Mevándose el bastóp á la ventana lo examinó de nuevo con un lente.
—Interesante, aunque sencillo—dijo, yendo á sentarse en su sitio favorito en el sofá.—El bas-