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ban entretanto, y de impaciencia, dió con el pie un golpe en el suelo.

—Y por qué tengo que volverme? — le pre gunté.

} f —No puedo explicar nada—contestó en voz baja y ansios, con un curioso ceceo en la pronunciación. Pero i por amor de Dios! haga lo que le digo. Váyase y no vuelva á poner los pies en el páramo.

Pero si acabo de llegar apenas I...

Hombre, hombre —exclamó con vehemencia. No comprende usted que es por su bien?

¡Vuélvase á Londres! Váyase esta misma noche!

¡Salga de aquí á toda costa l... Chist! ¡ahí viene mi hermanol No le diga ni una palabra !... Quiere hacerme el favor de alcanzarme aquella orquídea, allí, entre aquellas plantas? En el páramo somos muy ricos de orquídeas; pero, naturalmente, ha llegado usted un poco tarde para conocer sus bellas.

Stapon había abandonado la caza, y volvía, con la repiración jadeante y la cara encendida por el esfuerzo 1 —¡Hola Luz —dijo, y me pareció que el tono de su saludo no era muy cordial.

—Estás muy sofocado, Juanito.

—Si; quería cazar una ciclopídea. Son muy raras; y, á fines del otoño, más raras todavía. ¡Qué lástima que la haya perdido!

Hablaba en tono indiferente, pero sus ojillos brillantes miraban alternativamente á su hermana y á mí.

—Parece que se han presentado ya ustedes mismos.

—Si. Le decía á sir Enrique que había llegado