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VIII
José M. de Pereda

español y cervantesco. Posee un retrato suyo, buena pintura y gentil cabeza, con valona y ropilla, al cual es necesario dar el tratamiento de usarcé. Tratándose de temperamentos nerviosos, hay que postergarles á todos para dar diploma de honor al de mi amigo, á quien frecuentemente es preciso reprender como á los niños, para que se le quiten de la cabeza mil aprensiones y manías. Hay quien le dice que todas estas ruineras son pretexto de la pereza, y se le receta para curarse una medicina altamente provechosa para el médico, es decir que se tome medio millar de cuartillas y que nos haga una novela. Recuerdo una temporada en que dió en la flor de que se iba á caer en medio de la calle y salía con precauciones mil y temores muy graciosos. Sus amigos le recetaban que se pusiese al telar. No quería ni á empujones hacerlo; pero tanto se bregó con él, que el feliz término de todo aquel desconcierto nervioso fué la encantadora novela De tal palo tal astilla.

Para concluir. Es Pereda un hombre harto de bienestar, privilegiado sujeto en quien concurren dones altísimos como su poderoso ingenio, que le hace figura de primera magnitud en las letras españolas, su bondad y nobles prendas, y todo lo demás que ensancha y florea el camino de la vida. Por tener tan variados tesoros y ninguna pena, suele preocuparse de pequeñeces, y las contrariedades del tamaño de piedrecilla se le agrandan como montaña que obstruye el paso. Cualquier contratiempo en la impresión de sus libros, la tardanza de un editor ó, pinto el caso, la falta de cumplimiento del compromiso de un amigo le hacen cavilar, y ponen en apretaísima torsión todo el cordaje de aquella incansable máquina de sus nervios.

Por eso, si el no haber escrito estas líneas antes de ahora, es causa de que tú, desesperado lector, no hayas podido gustar antes este libro campesino y esencialmente montañés El Sabor de la Tierruca, flor la más pura quizás del ingenio de Pereda, á ti antes que á él pido perdón, aunque ambos hayan rabiado igualmente por culpa mía. Y no siento yo la tardanza, sino que no haya acertado á decir todo lo que sé sobre el originalísimo escritor y maestro incomparable que ha trazado á la novela española el seguro camino de la obser-