tes de conocerle, había oído decir que Pereda era ardiente partidario del absolutismo, y no lo quería creer. Por más que me aseguraban haberle visto en Madrid, nada menos que figurando como diputado en la minoría carlista, semejante idea se me hacía absurda, imposible; no me cabía en la cabeza, como suele decirse. Tratándole después, me cercioré de la funesta verdad. Él mismo echando pestes contra lo que me era simpático, lo confirmó plenamente. Pero su firmeza, su tesón puro é independiente y la noble sinceridad con que declaraba y defendía sus ideas, me causaban tal asombro y de tal modo informaron y completaron á mis ojos el carácter de Pereda, que hoy me costaría trabajo imaginarle de otro modo, y aun creo que se desfiguraría su personalidad vigo rosa, si perdiera su acentuada consecuencia y aquel tono admirablemente sombrío. En su manera de pensar hay mucho de su modo de escribir: el mismo horror al convencionalismo, la misma sinceridad. Otra circunstancia hace excepcional su proselitismo, y la exime de las censuras á que vive expuesta toda opinión radical en nuestros días: me refiero á su preciosísima independencia que le aísla de los manejos de todos los partidos, incluso el suyo.
Dicho esto, quiero añadir que Pereda es, como escritor, el hombre más revolucionario que hay entre nosotros, el más anti-tradicionalista, el emancipador literario por excelencia. Si no poseyera otros méritos, bastaría á poner su nombre en primera línea la gran reforma que ha hecho, introduciendo el lenguaje popular en el lenguaje literario, fundiéndoles con artes y conciliando formas que nuestros retóricos más eminentes consideraban incompatibles. Empresa es esta que ninguno acometió con tantos bríos como él, y en realizarla todos se quedan tamañitos á su lado. Una de las mayores s dificultades con que tropieza la novela en España consiste en lo poco hecho y trabajado que está el lenguaje literario para asimilarse los matices de la conversación corriente. Los oradores y los poetas le sostienen en sus antiguos moldes académicos, defendiéndole de los esfuerzos que hace la conversación para apoderarse de él; el terco régimen aduanero de los cultos le priva de flexibilidad. Por otra parte la prensa, con raras excepciones, no se esmera en dar al lenguaje corriente la acen-